La cruel historia de los osos de prueba que eran drogados y lanzados desde aviones de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos

Los animales viajaban atados y sedados dentro de una cápsula que pretendía probar la eficacia de asientos eyectables para aviones de alta velocidad.

Si alguna vez has escuchado la frase “cuando los cerdos vuelen”, te sorprenderá saber que por allá por los años 50 un mamífero de cuatro patas sí fue capaz de volar por encima de los 10.000 metros de altura. Fue el oso Yogi que surcó los cielos en un asiento eyectable, fuertemente drogado, y aterrizó en el desierto. Lamentablemente, no fue el único.





Los primeros prototipos

La historia de Yogi y otros osos de prueba comenzó luego de que la Fuerza Aérea de Estados Unidos desarrollara en 1950 el B-58 Hustler, su nuevo bombardero supersónico, que alcanzaba velocidades de Mach-2. Esta revolucionaria maravilla técnica estaba muy adelantada a su época, pero había un problema: sus asientos eyectables tradicionales eran completamente inútiles.

Yogi, un oso negro americano utilizado como sujeto de prueba.
Yogi, un oso negro americano utilizado como sujeto de prueba.

Los asientos eyectables se inventaron en Alemania, a partir de los motores a reacción. Durante la Primera y parte de la Segunda Guerra Mundial, los pilotos solo contaban con sus paracaídas. Básicamente abandonar un avión era una tarea para valientes: abrir la cabina y saltar, confiando en que ese pedazo de tela hiciera su trabajo y amortiguara la caída. Nada fácil.

Pero los primeros prototipos de estos asientos salvavidas eran excesivamente peligrosos, así que los alemanes comenzaron a buscar mecanismos de seguridad para salvaguardar la vida de los pilotos. Fue Helmut Shenk quien en 1943 se convirtió en la primera persona de la historia en saltar de un Heinkel He-28060 (un avión de caza) en un asiento eyectable.

asientos eyectables
Foto: Sgt. Bennie J. Davis III (CC0)

Pero con el tiempo se fueron desarrollando mejores y más rápidos modelos de aviones, dejando obsoletos los asientos eyectables originales. Era difícil imaginar a un piloto saliendo disparado de un B-58 Hustler, un avión bombardero que alcanzaba 2.132 km/h (Mach-2) y una altitud de 10.000 metros. Básicamente usar un asiento eyectable de los antiguos en un avión como el B-58 era enviarlo a una muerte segura en la que, si las fuerzas gravitacionales no  lo arrastraban a la cola del avión para partirlo en dos, seguramente moriría de frío o por falta de oxígeno.

Los osos de la Fuerza Aérea

Los ingenieros comenzaron a idear formas para proteger al piloto y entonces crearon una cápsula de escape que se cerraba por completo en caso de emergencia y que permitía que llegara seguro a tierra. Por supuesto que nadie en sus cabales quiso ser el sujeto de prueba de estos dispositivos, así que los militares seleccionaron a un animal que tuviera un peso y forma semejante al ser humano: los osos negros del Himalaya y osos negros americanos. Los animales iban atados y sedados dentro de la cápsula.

Los osos de la Fuerza Aérea

Los osos sobrevivieron todas las pruebas con apenas unas magulladuras y algunos huesos rotos. Pero no solo esto, también tuvieron un desenlace fortuito, pues los científicos de la Fuerza Aérea tuvieron que sacrificarlos para estudiar en más detalle si se había producido alguna lesión interna.

Finalmente se comprobó que las cápsulas del B-58 funcionaban y eran relativamente seguras para los pilotos de este bombardero, que terminó teniendo poco tiempo de vida útil. Aunque eran muy pesadas para instalarlas en cazas, la Fuerza Aérea siguió desarrollando nuevos prototipos de asientos eyectables hasta llegar a los que tenemos hoy en día con sofisticados sistemas que salvan la vida de un piloto incluso cuando está a cero metros de altitud y completamente parado, hecho que le dio su nombre: zero – zero.

Cápsula de emergencia de un B-58 Hustler
Cápsula de emergencia de un B-58 Hustler.

De los zero – zero derivan los modelos actuales, que afortunadamente se prueban con maniquíes y algunos con pilotos humanos. Una buena noticia para los osos, que ya no sufrirán de reclutamiento involuntario para tener que sobrevivir a un accidente aéreo y finalmente tener que acabar en una mesa de autopsias.

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